El origen del té se remonta a más de dos mil años antes de Cristo, en China. Una leyenda cuenta que el Imperio de Sheng-Tung se veía amenazado por constantes epidemias. El emperador creyó que los habitantes mejorarían su salud si hervían el agua de consumo. Empeñoso en el ejemplo, se dejaba ver recorriendo el país con su caldera para hervir el agua allí donde lo atacara la sed. Quiso el viento arrancar de un arbusto "dos hojas y un brote" que fueron a dar al agua hirviente del emperador y confirieron color y aroma al líquido. Desde entonces el té, que proviene de los brotes del arbusto Camelia sinensis, se extendió por todo el mundo.
Sin la boda, en 1662, de Carlos II de Inglaterra con la infanta Catalina de Braganza, de Portugal, la bebida no hubiera recibido de los británicos el reconocimiento que merece. La novia llevaba como parte de su dote un cofre con variedades de té que pronto se hicieron famosas entre la nobleza y también entre el pueblo, que secaba las hebras usadas para reutilizarlas o fabricar panes.
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